martes, 6 de marzo de 2012


¿Qué se nos quedó allá en nuestra niñez de aquellos lugares que habitamos?; ¿qué apropiamos del trasegar por los recodos de nuestros barrios?; ¿qué influencia tienen en nosotros aquellos con quienes compartimos de niños?; ¿por qué nos gusta, lo que nos gusta ahora de grandes?; ¿cuáles emociones nos atraviesan y nos dejan en el corazón o en la mente un amor que nos durará por toda la vida?; ¿qué amamos desde pequeños y por influencia de quién? ¿nace el amor por algo de manera aislada y sin relación con los otros?

¿Qué nos robaron las experiencias de la escuela?; ¿qué nos dejó cada profesor que intentó enseñarnos?; ¿por qué aprendimos aquello que nadie nos enseñó?; ¿qué hay en el fondo de un contenido que nos toca los sentimientos y nos hace pensar y querer aquello que aprendimos? ¿será que quien enseña algo que ama, nos hace aprender lo mismo? ¿tiene alguna relación la pasión del que enseña, con los logros del que aprende?

Quien enseña no solo muestra el camino para llegar a… entrega parte de su pasión en sus palabras, y esa pasión se convierte automáticamente en pasión del que aprende. Lo enseñado, con entusiasmo y cariño, se convierte en afición del que aprende, se transmite a nuestros sentimientos, como si lo que se nos enseñará fuera mucho más que eso, como si se tratará de compartir el alma, de compartir el amor hacia algo, así hablará aquel músico de su profesor de piano, guitarra o flauta, que no solo le enseño el instrumento, sino que le compartió el amor, le mostró su corazón enamorado de aquello que le enseñó.
Enseñar a un hijo, a un estudiante, a un niño no es simplemente transmitir una información, eso lo hacen medios como este, enseñar es presentarle al otro las razones para amar aquello que se posee.

Se enseña con el corazón, con el alma, con la intención de que el otro siente lo que uno, por aquello que amamos.

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